Y
ella, sonriente en tres largas horas desde la una
con
torpeza, entre dientes, suave claro de luna.
Flores
silvestres
al
día siguiente adornarían la bruma
del
sol naciente
junto
a la inmensidad de los vaivenes
de
los mares, que vienen y van
estás,
susurrantes confesarían
infinitas
veces que eres tan perfecta como ninguna.
Y
entre que en tus pupilas el reflejo de la luna
aullaba
perfecta.
Y
los surcos de tus labios me decían con disimulo
que
eras perfecta.
Y
la luz de tus ojos me decían con ternura
a
la luz de la luna
eres
perfecta.